Liga de campeones | Arsenal 0 - Real Madrid 0

El final llegó en Highbury

De nada valió el agónico esfuerzo del Madrid. Raúl disparó al palo. López Caro movió el banquillo demasiado tarde. El Arsenal, a cuartos

<b>LEHMANN PUDO CON RONALDO</b>. Ronie probó al portero del Arsenal nada más comenzar el partido con un cabezazo colocado, pero flojo. No tuvo muchas más oportunidades de comprobar el estado de forma del guardameta alemán. Ronaldo fue titular y jugó los 90 minutos, pero no aprovechó la ocasión para reivindicarse después de su ausencia ante el Atlético.
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La sensación es extraña, y me niego a decir agridulce, porque lo que conforta y desgarra no sabe en absoluto a rollito primavera. Sabe a rayos, a beso que no vuelve o no se dio, al lengüetazo que lame el palo por querer apurar el bombón helado. Sabe a consuelo, a eso sabe. Conforta el esfuerzo general y, especialmente, la dignidad de los últimos y desesperados arreones, tanta que hasta los escépticos y los renegados subieron al remate final junto a Casillas. Allí, en el área de Arsenal, en ese último instante, se concentró el Madrid y el madridismo en pleno, incondicionales, críticos y reservistas, todos unidos, tal vez por primera vez esta temporada.

Por lo demás, resulta imposible reprochar nada a quien terminó doblado por el esfuerzo, a quien no puede explicarse porque los jadeos se lo impiden. Caer así es la única forma aceptable de caer. Sólo está permitido morir desmelenado, afónico, con las medias en los tobillos, arañado, roto, tan empapado por el sudor que no se puedan distinguir las lágrimas. En momentos como el de anoche, en naufragios así, no se puede acabar tocando el violín ni con el nudo de la corbata en su sitio, señor López Caro.

No pretendo responsabilizar al entrenador de la eliminación en Champions, pues él no ha sido más que el único sargento disponible para dirigir a un batallón condenado por los repetidos errores de sus generales. Sin embargo, siendo eso indiscutible, cuando anoche sonaron las cornetas se echó en falta alguna heroicidad por su parte, algún gesto que correspondiera al agónico intento de sus jugadores. No hubo nada. Claudicó cumpliendo el protocolo, entregando cortésmente el sable, sin entender que nadie se lo agradecerá ya, sin comprender que será el primero en irse a pique; con el nudo de la corbata intacto.

López Caro, que sorprendió alineando juntos a Ronaldo y Raúl (más un apaño que una estrategia), hizo los cambios con demasiado retraso, angustiosamente tarde, cuando ya nada podía reactivarse. Cassano debió entrar antes y, sobre todo, debió hacerlo Robinho, pues eran sus regates la pistola que faltaba por dispararse, el puñal en el calcetín, el último recurso. Es en momentos así cuando se necesita a un entrenador, quizá sólo sea en momentos así. Porque el partido hacía mucho tiempo que repetía los mismos acordes: el Madrid sin otra solución que bombear balones; el Arsenal rozando el pecho de su enemigo con la punta del florete. Y además de que nunca ha sabido el Madrid jugar a eso, esa apuesta sólo debe jugarse en los últimos cinco minutos, jamás cuando todavía queda un mundo.

El último tren. Lo más cerca que estuvo el Madrid de la clasificación, al menos de empatar la eliminatoria, fue cuando Raúl disparó al poste. Faltaba media hora para el final del encuentro. El intento tuvo mérito, porque el capitán encontró un resquicio casi invisible y se atrevió a golpear con la pierna derecha, que es la menos suya de las dos. El rebote, extraño porque los tiros con las piernas menos fieles adquieren efectos mágicos, volvió a caer en su bota. Pero otra vez en su bota derecha. Repaso la jugada y veo la portería deliciosamente vacía. Raúl también debió verlo claro, pero su pierna... El disparo estuvo bien dirigido, pero salió sin excesiva fuerza, sin la suficiente, medio mordido. Lehmann, que estaba fuera de plano, se reincorporó a la película para desviar la pelota con los puntitos de goma que rematan los dedos de su guante.

Eso, y un estupendo pase a Ronaldo, fue, según se mire, lo más sobresaliente o lo único que hizo Raúl. Como le ocurrió al resto de estrellas del equipo, el partido le dejó, además de la dignidad intacta, una flecha en la espalda. Hace mucho tiempo que no es el Raúl de antes. Y por esa herida de la nostalgia se desangran también Ronaldo y Zidane, que ya no pueden cuando quieren.

Ronaldo probó de todas las maneras posibles, eso no se le niega. Pero sucumbió de forma clamorosa, en algunos casos hasta ruborizante, porque tropezó hasta consigo mismo. Era su partido, la oportunidad que se le ofrecía para reivindicarse. Y falló, tanto que todo le señala. Su ocasión más clara, a los tres minutos, se pareció demasiado al gol de Cassano al Atlético como para no hacer comparaciones. En lugar de cruzar, Ronaldo cabeceó con intención y picadito al palo del portero, pero demasiado flojo. Aún así, Lehmann sufrió para sofocar el fuego.

Esa jugada en concreto fue el momento culminante de la magnífica salida del Madrid al césped de Highbury. En esos primeros minutos que siempre se suponen de tanteo, el equipo se desenvolvió con la soltura de los que se sienten superiores y han venido a demostrarlo. La pelota circulaba con rapidez, los rivales parecían membrillos, y en ello tenía mucho que ver Zidane, soberbio mientras le duró la gasolina. Pero le duró tan poco... En ese primer tramo el Arsenal estuvo a punto de morirse de miedo porque estuvo a punto de reconocer su inferioridad, la afortunada inspiración de la ida. Raúl estuvo muy cerca de desviar a gol un tiro de Gravesen, Ronaldo vio cómo Toure le arrebataba el balón justo cuando iba a fusilar... reclamó penalti, pero si sufrió alguna falta, fue de velocidad.

Creo recordar que el baño duró 15 minutos. Luego el Arsenal salió de su trinchera y volvió a confiarse a Henry, que dirige cualquier operación desde sus cuarteles en la delantera. Es verdad que juega con una suficiencia insultante y es muy cierto que en ciertas oportunidades parece negarse a marcar los goles excesivamente fáciles, pero es sencillamente maravilloso. Si el poder de generar miedo pasó del Madrid a Henry, Cesc se encargó de trasportar los camiones del pánico.

Voltereta. Que el partido había cambiado de manos lo confirmó Reyes cuando estrelló la pelota en el larguero. El encuentro había entrado en un túnel en el que cada robo de balón era el principio de un drama. Y hubo cientos, robos y dramas. En este sentido, Gravesen fue, como siempre, el más generoso, aunque no se quedaron a la zaga otros como Sergio Ramos; ayer recordamos que nunca se había enfrentado a un reto tan descomunal.

Estoy por asegurar que nunca hubo estrategias, sólo emoción, intercambio de puñetazos que no alcanzaron ni el mentón ni el hígado, pero que silbaban cuando pasaban cerca. Cedió algo de terreno el Arsenal en la segunda mitad, aunque fue por voluntad propia. Es un equipo joven, y aunque inexperto, puede permitirse el lujo de sprintar hasta el último segundo. El Madrid siguió chocando contra lo imposible, porque nada podían hacer Raúl y Ronaldo con esos balones que venían del cielo de Londres ni con esos defensas que vienen del suelo de África.

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Cassano intervino con acierto en los pocos balones que le dio tiempo a tocar. Baptista se impuso en varios saltos y hasta chutó con peligro y entre los palos; detuvo Lehmann. El gremio de porteros sólo hace regalos a la Juventus. Robinho no tuvo tiempo a nada. Lo mejor del Madrid está en el banquillo. Lo dijo alguien al comprobar quién lo ocupaba. Y durante todo el partido dio la impresión de ser verdad.

No, no es una derrota más. Era la última gran noche europea del viejo Highbury o la última de las viejas estrellas del Real Madrid. Y ganó el estadio. Según pasa el tiempo la dignidad se evapora y sólo queda el lengüetazo en la palo. Muy agrio, nada dulce.

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